domingo, 27 de julio de 2008

Miedo a la Oscuridad



Imagen tomada de Luc Viatour: © Luc Viatour GFDL/CC http://www.lucnix.be/


La noche en toda su majestuosidad, coronada por una hermosa y triste luna llena, cubría el ambiente con su escalofriante manto sombrío. Eran las once en punto, tal y como indicaba el reloj militar que había comprado al viejo desdentado que llevaba su carrito de supermercado por las sucias aceras de la zona de tolerancia de la ciudad. Menudo encargo el que le habían destinado a Alex para esa noche. Cuidar el viejo y tenebroso cementerio para que se le quitara… ¿cómo había dicho su padre?... ah, para que se le quitara “lo pendejo”. Ésa y otras imprecaciones hacia su persona salían periódicamente de los sucios labios de su amargado padre, el velador del cementerio.

No había nada peor en este mundo para Alex, que cuidar ese horrible laberinto de tristes tumbas cuyas desgastadas lápidas rezaban todas: Requiescat in Pace. Y para empeorar el panorama, la vieja lámpara oxidada que le había dado su padre no lograba encender de ninguna manera. Lo único que le quedaba al supersticioso, y casi analfabeto, muchacho, era utilizar el encendedor zippo que alguien había olvidado en una mesa del ristorante italiano al aire libre donde acostumbraba a robar las propinas que dejaban para los descuidados meseros. Encendió el zippo e iluminó sus fúnebres facciones. Sus ojos eran apesadumbrados y caídos, con sombras oscuras debajo de ellos. Su nariz chata remarcaba lo triste de su rostro, y dentro de su boca entreabierta y torcida se podían vislumbrar varios dientes torcidos y sucios, y también la falta de un par de ellos. Era lampiño, ya que debido a su desnutrición y a la falta de trabajo físico no había podido madurar fisiológicamente. De figura era larguirucho y con una estatura debajo del promedio. Estaba aterrado. Y tenía un pavor fervoroso a la oscuridad.

El viento corría en ráfagas por los aposentos de los fallecidos, y dichas ráfagas semejaban a serpientes que salían a montones de un pozo infernal a los pies de Luzbel, el ángel caído. Sus inquietantes silbidos sonaban con irregular ritmo, y llenaban de pesadumbre la atmósfera que rodeaba al desdichado Alex. La llama del encendedor iluminó una cripta de mármol blanca, triste y majestuosa. Era cuadrangular, con flores de lis esculpidas, de tal manera que parecían de verdad, y que ascendían desde el suelo. Tenía una figura rectangular que salía en relieve, a la manera de lápida. En ella estaba la inscripción del eterno descanso, y debajo, un nombre. El nombre parecía borrado, y sólo se alcanzaban a divisar las siluetas de algunas letras.

Sobre la cripta, aparecía esculpido un ángel masculino muy bello, que tenía la cabeza ladeada, con un rostro lleno de pesar. Sus vestiduras eran largas, y en una mano sostenía un lirio. Sus cabellos eran ondulados, y sus facciones muy finas. Sus alas estaban muy bien elaboradas y eran realmente grandes. Era imposible que el muchacho supiera que era una representación fúnebre del arcángel Gabriel, puesto que su educación era terriblemente deficiente. Por un momento, Alex pensó que alguien muy importante debía haber sido enterrado ahí. Se acercó más a la lápida y se percató de que bajo el nombre apenas legible había una inscripción que decía el año de nacimiento y el de muerte. 1956-1968. Hizo sus cuentas con gran dificultad, y calculó que el morador de la tumba debía tener 12 años al morir. Y más abajo leyó con gran esfuerzo otra inscripción, en letras muy elaboradas.


“Querida hija y hermana.
Alma del Señor que ningún mal cometió.
Encuentra tu eterno descanso en los brazos de Santa María la Virgen,
quien intercederá por ti ante Dios.”


Eran palabras tristes, que conmovieron a Alex, quien intentó descifrar con mucha dificultad el nombre que había sido casi borrado. Gabrielle Lewis. Fue una labor trabajosa para él. Luego miró la cruz que el ángel de mármol sostenía con la mano sin lirio. Era inusual en las tumbas este tipo de estructuras, ya que por lo normal, la cruz estaba grabada en las lápidas, y no sostenida por un ser alado de ojos tristes y vacíos. Gran sepultura para una niña tan pequeña. Se preguntaba qué desgracia podía haberle acontecido.

De pronto oyó un sonido extraño, que semejaba al llanto de un niño pequeño. Dicho llanto lo hizo soltar el encendedor y perderlo en la oscuridad. Todo estaba negro a su alrededor. El lamento se escuchó de manera cada vez más intensa, hasta que se transformó en un agobiante chillido. Alex tropezó, cayendo al suelo. Con las manos tanteó la tierra húmeda, hasta que encontró el zippo. Lo encendió y lo dirigió hacia el punto del que creía que había surgido el lamento. Era un gato negro, feo y sucio. Estaba herido en un costado. Miró a Alex con sus acusadores ojos verdes por un segundo, y se escondió en alguna parte, tal vez detrás de alguna de las grises tumbas. El corazón de Alex palpitaba desenfrenadamente, pues el gato le había dado un susto ejemplar. El miedo a la oscuridad lo engullía de manera voraz. Lo único que le permitía seguir adelante era el temor que tenía a quedarse en un lugar fijo, como si algo o alguien fueran a salirle al encuentro si se mantenía en pausa, como si el movimiento ahuyentara lo desconocido. Siguió avanzando por los senderos de piedra del cementerio, y otro sonido cubrió el ambiente. Era el ulular fantasmagórico de un búho, que, posado sobre la rama raquítica de un árbol deshojado, lo observaba con sus enormes ojos cíclicos. La mirada del búho lo devoraba sin piedad, y ululaba sin cesar, como si quisiera delatarlo, para que algo o alguien lo encontrara entre esa espesa maraña de sombras. Y entonces, Alex escuchó un susurro. La voz que susurraba era linda y tierna, un alivio que llegaba enhorabuena. Pero el problema era que la dulce voz femenina no venía de ninguna parte.

El pulso se le aceleraba rápidamente, y entonces alcanzó a entender, en un mínimo instante, lo que la voz le decía: “Me duele…”. El chico quedó petrificado al oír el lamento que aquella voz había proferido, al tiempo que la negrura se hacía más espesa. El muchacho cerró los ojos, aumentando la ceguera que la oscuridad ya le había inducido antes. Encendió el zippo a ciegas, y lo blandió como si se tratara de una espada bastarda de algún caballero templario del medioevo. Nada. Pareciera que el chico era víctima de una broma. Pero ahí no había ningún bromista. Sólo él y las sombras se hallaban ahí, separados por la luz incipiente del encendedor olvidado. No había fobia más terrible que la de Alex hacia la oscuridad. El veía a la noche como un enorme monstruo de facciones terribles, que se erguía sobre él, listo para devorarlo, y someterlo para siempre en las tinieblas. Su padre nunca se mostró interesado en quitarle aquél miedo infantil, y se limitaba a decirle: “Deja de chillar, niño pendejo.” O le decía: “Ya basta de mariconadas, o te doy una razón para que llores”.

La madre de Alex había cometido el terrible error de partir de este mundo antes de tiempo, dejándolo a merced de su amargado marido. Era por ello que aún no había superado ese miedo, un miedo que los mismos hombres primitivos tuvieron alguna vez. En fin, Alex estaba a merced de la noche, cuando una voz infantil, de niña inocente y dolida, le dijo: “¿De qué huyes?” “No soy mala…” Alex dirigió el zippo a todos aquellos manchones negros que conformaban el manto nocturno, pero no había nada. “Me duele…” El muchacho pegó un grito, un grito que reflejaba el mayor sentimiento de pánico que jamás había sentido, un pánico que se sumó a todo aquello que implicaba sufrimiento, pues los recuerdos se agolparon en su mente, como un torrente de imágenes depresivas.

La muerte de su madre. Cuando se cayó a media calle y unos niños en bicicleta le tiraron piedras. Cuando lo persiguió un policía, golpeándolo y confundiéndolo con un delincuente. Cuando sorprendió a la chica guapa de la barra, Mina, que tanto le gustaba, con un joven pandillero negro, en el callejón detrás del bar. Cuando su padre, aquel maldito abusador, aquel hombre denigrante, le pegó en la cara con un plato, tirándole un par de dientes. Cuando su padre lo insultó frente a todo el mundo, en la iglesia, por haber ido con todos esos “cabrones insufribles” que elevaban sus plegarias a un Cielo “que no existía”. Cuando su padre… cuando su padre… cuando su padre…

Y fue cuando el grito de Alex se tornó en sollozos. Las lágrimas cubrieron por completo su rostro. Permaneció así mucho rato, en posición fetal sobre el piso húmedo, sobre aquel olor a tierra mojada. Permaneció así mucho rato, llorando desconsolado, gimiendo, en una depresión extrema. Permaneció así mucho rato, con el zippo apretado entre los dedos de su mano izquierda, lamentándose por la vida que le tocó vivir. Maldiciendo el día y el lugar en los que le tocó nacer, maldiciendo a Dios por haberse llevado a aquella persona que era su única protectora. Su ángel guardián. Su madre muerta. “¡El mundo es una mierda!”, gritó. Y abrió los ojos, al tiempo que gritaba: “¡Deja de llorar, niña pendeja, veme a mí, un pobre diablo que se revuelca en su propia inmun…!” No terminó de gritar. No se había dado cuenta, pero ya estaba amaneciendo. La luz tenue de un sol naciente iluminaba con timidez el cementerio. Él estaba en el suelo, sudando, sucio, con el rostro húmedo y frío. Él estaba junto a la caseta del cementerio, donde se podía observar una infinidad de tumbas, casi a la manera de un panorama aéreo del noticiero.

La puerta de a caseta estaba abierta. La caseta roja, de madera, y desvencijada, había sido la primera en recibir el regalo fúnebre de la luz del día. Alex se incorporó, y se paró en el marco de la puerta, para ver quién había entrado en la oficina (si se le podía llamar así) de su padre. El desgraciado estaba ahí adentro, encendiendo su primer cigarro de la mañana. “Ojalá te mueras con los pulmones podridos, cabrón. Me viste llorando y te valió”, pensó el muchacho, a quien los recuerdos lo habían amargado. La amargura acumulada que había sido reprimida había estallado en un inminente ataque de ira. “Padre, ¿por qué te valió madres verme llorando?”. El padre, un hombre de unos cincuenta años, fachudo, con barba y harapos, se volteó sorprendido. “¿Qué dices, maricón malnacido?”. El enterrador y guardatumbas se dirigió al muchacho, agarrándolo, por la camisa, y zarandeándolo con fuerza, desquitando toda su desilusión con el pobre muchacho. “¡¿Por qué habría de interesarme si lloras o te mueres, maricón de mierda?!”, le gritó en la cara. Alex hizo lo que nunca había hecho en su vida. Empujó a su padre con una fuerza que no sabía que tenía. Lo arrojó al piso, y ahí mismo, lo pateó y golpeó con todas sus fuerzas. Todo su sufrimiento, todo su dolor, se tornaron en odio repulsivo, un odio que le decía que lo matara, que acabara con él, se lo merecía… Lo estaba matando en serio, los moretones se hacían más visibles, la sangre brotaba de sus labios, su ropa se estaba destrozando aún más. Pero entonces se detuvo. Su odio inhumano se había esfumado. O al menos ahbía decidido dejar más golpes para otro día, para otra ocasión, tal vez para el negro que gozaba con Mina detrás de La Life, aquel bar…

Y se fue, dejó a su padre magullado en el piso de la caseta del cementerio, mientras él lo miraba con expresión nula, pues los golpes habían borrado toda expresión de su cara. “Hijo de puta”, alcanzó a decir, pero era demasiado tarde, Alex, el nuevo Alex, un Alex condenado a la amargura como él, se había ido. En cambio, una niña pequeña, vestida de blanco, de piel casi tan blanca como su vestido de seda, rubia como la plata, y con lágrimas en los ojos azules, lo miraba con tristeza. El hombre se asustó, mientras un infarto hería de muerte su corazón. Y la niña le dijo, antes de que él cerrara los ojos: “Me duele…”




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Este cuento lo escribí hace más de un año. El archivo word definitivo tiene fecha del 5 de marzo de 2007. Pero creo que es más antiguo.


Saludos. Firmen y opinen.

3 comentarios:

Liliana Muñoz dijo...

Ya lo leí reeey, hace un año me lo pasaste jajaja hace uuuuuu jaja exceso de adjetivos= exasperación jajaja. Me gusta más la mota de polvo!jajaja

Anónimo dijo...

1) Fullmoon is on the sky and he's not a man anymore...(8)
Fue la canción que pensé justo cuando vi la foto.

2) In lovin' memory of our child, so innocent eyes open wide...(8)
Esa canción y la tumba de Victoria Paqe fue lo que pensé cuando leí lo de la cripta.

3) "...entre los dedos de su mano izquierda, lamentándose por la vida que le tocó vivir".
Buena referencia a lo que provoca cierta tendencia política.

4) Lo que pensé después de la voz del "me duele" de la niña fue...bueno, sabes cómo pienso, no es necesario que te lo diga.

Ah, ¿la niña era del Yunque?

x)

Luc Viatour dijo...

This Moon illustration was made by Luc Viatour

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