martes, 28 de octubre de 2008

El Aburrimiento de Ángel -Soledad y Compañía


Amanecía. Por enésima vez. Tal vez nadie más en el mundo desdeñaba un amanecer de esos. Desde el quinto piso, los primeros rayos del sol, bordados en oro, se filtraban a través del ventanal. La vista espectacular no le sorprendía. Y tampoco los cuadros que se encontraban colocados en todas posiciones y direcciones de la gran estancia. Y entonces la artista despertó. La vio cruzar a lo largo del ventanal. Despreocupada, ajena a su presencia. Y la mañana transcurrió así. Hasta que ella se fue. 

Y el día transcurrió. Miraba por la ventana, añorando la vida pasada, lo que alguna vez fue.Al atardecer, los colores anaranjados del cielo y el púrpura que señalaban la cercanía de la noche la aburrían aún. La joven artista llegó, con e ceño fruncido, y arrojó sus cosas cerca de Ángel, ignorando su presencia.Ángel era muy maduro para la edad que tenía. Y extrañaba a sus padres como un niño de diez años solía hacerlo.Y su hermana no ayudaba. 
Lo ignoraba, como si él no estuviera presente. Y él simplemente no comprendía. 

Ella entró a su cuarto, y salió con algo de ropa entre las manos. Y entró al baño. Ángel la siguió, y se sentó en el piso, al lado de la puerta. Se podía escuchar el sonido del agua de la regadera. Después de media hora, su hermana salió del baño, y pasó junto a él, sin siquiera mirarlo.

Eso era todos los días, ya más relajada, su hermana se sentó en la mesa, y se sirvió un poco de cereal. Era uno de esos días, en los que ella llegaba al máximo de estrés. Por lo mismo, no se iba a conectar en su portátil esa noche.
Ángel la vio comer. El cereal no se le antojaba en lo más mínimo. Esa noche llovía.

Mientras ella dormía, Ángel se le acercó. Se había aburrido. Y quería sentirse vivo. No era normal que un niño de diez años se sintiera solitario.
-Sara. Despierta.- le dijo Ángel, al oído.
Sara abrió los ojos, y brotaron las lágrimas, y entonces habló, por primera vez en mucho tiempo.
-¿Por qué no te has ido?- preguntó, acongojada.
-Porque mamá y papá dijeron que vendrían por mi, para llevarme a la playa.-
-No van a venir, ya vete.-
-No, estoy aburrido.-
-Déjame, por favor. Llevas mucho tiempo atormentándome.-
-No puedo, sólo puedo estar aquí. Y extraño a mamá y a papá.-
-Yo también los extraño... y deberías estar con ellos.-

Y entonces, Sara se iluminó. 
-Sigues aquí... entonces significa que todavía hay algo que te ata.-
-No entiendo.-
-Te liberaré... hermanito.- Se secó las lágrimas.- Duerme, mañana es domingo. Ya veré qué puedo hacer por tí. Pero al amanecer.-
-No puedo dormir.- dijo Ángel, con mirada triste. 
-Al amanecer, Ángel. Al amanecer. Te juro que estarás en paz.-
Y Ángel se quedó a su lado, viéndola dormir profundamente, mientras la luz tenue de la luna llena iluminaba la habitación.
-Mañana, hermana. Quiero sonreír.
-- Continuará.

viernes, 24 de octubre de 2008

Conócete a tí mismo


Esa frase estaba inscrita a la entrada del Oráculo de Delfos. 

Curioso. Se supone que uno iba al oráculo a conocer su futuro... pero ahí mismo te decían que tú debes saber quien eres, a pesar de todo. Las leyendas sobre el oráculo incluyen a varios personajes importantes de la historia clásica, e incluso de la mitología. Una de las leyendas es sobre Alejandro Magno. Alejandro pasaba por Delfos con su ejército, cuando se le ocurrió entrar al oráculo, para que las pitonisas le dijeran quién era, y a qué estaba predestinado. Su ejército lo esperó, y cuándo éste salió, le preguntaron qué le habían dicho.
Alejandro Magno dijo: me dijeron que soy divino, que soy Dios. Y sus hombres se llenaron de furor, una deidad estaba con ellos, en el campo de batalla...

Sucede que las personas actuales no somos muy diferentes de los soldados del Grande. Influenciados por los medios de comunicación, controlados por nuestros gobiernos. Y eso es para la gente pensante. Hay gente ignorante que cae en el populismo, y el daño es grande. El daño se aprecia en los gobiernos, en los actos de la gente, en la mentalidad jodida típica del mexicano. 

Solo que es muy diferente a la vez. Los soldados de Alejandro lo ayudaron a conquistar el mundo. Nuestros políticos conquistan un puesto, y se alimentan del pueblo. Y no salen a la calle cuando sus culos peligran. Alejandro hería y era herido en la batalla. Incluso mataba. Era tan grande, que para matarlo, tuvieron que envenenarlo y traicionarlo, porque no había forma justa de matar a alguien tan admirable. En cambio, nosotros tenemos políticos que no valen ni su propia existencia. 

Pero ahí entramos nosotros. Todos aquellos que pensamos, razonamos, sentimos una responsabilidad para con el espíritu del ser humano. Nosotros somos el futuro, el cambio, la mota de polvo que se rebela contra el universo, el espíritu que no muere.

En el Templo de Apolo, en Delfos, Grecia. Ahí en la entrada, estaba esta frase: Conócete a tí mismo. 

Yo digo: Poténciate a ti mismo. Hasta la eternidad.

.---- 
Saludos.


martes, 7 de octubre de 2008

Endless Sea - The Leaving Boat Blues


Eduard miró otra vez por la borda. El mar era azul e infinito, y se perdía con la línea del horizonte. Mientras escuchaba su Ipod, con su lista de reproducción de jazz & blues, trataba de pensar en su situación actual. 

.....

Dos horas antes.
Estaba mirándose al espejo, con los ojos fijos en la imagen de su propio rostro.
-Eduard. Quítate esa barba.- le dijo Amandine.
Y su mirada se desvió de su imagen hacia la de la castaña celestial que entraba al baño.
Cada centímetro de ella era perfecto. Desde su piel de chocolate blanco, hasta sus ojos amarillos. Sólo tenía la ropa interior puesto. Cierto, la noche fue perfecta. Y ambos estaban a un paso del gran paso. 
-Es que me haces cosquillas con ella.- le dijo, sonriendo. Su sonrisa era perfecta. No veía otra cosa más en ella, que perfección.
-Ya sé.- 

.....

Eduard miraba el océano.

Go Go
Johnny go
Go
Johnny B. Goode.

¿Qué demonios hacía su IPod ahí? Ese viaje al azul interminable no debería incluir IPod. Pero ahí estaba también el collar que le había dado Amandine, su novia.
"No pude cumplir mi promesa".  pensó.
.....
Catorce horas antes.
-Es tu gran oportunidad, no la desaproveches. Le ganaste a todos esos egocéntricos.- le dijo a Eduard su compañero de toda la vida, Alain.
-Ya sé... pero tengo miedo. Mi primer proyecto grande.
-Todos tienen miedo la primera vez. 
-Es cierto.
-Además, no hay nada que temer. Tienes a Amandine al lado. La Diosa, como le decíamos en el campus.
-Oye, más cuidado, que es mi futura esposa.
-¿Qué? ¿Cuándo...?
-Esta noche. Y quiero que tú seas el padrino.
-¿Hoy? ¿Dónde es la fiesta? Ed...
-No, bestia. Hoy se lo propongo.
-Entonces... tan seguro estás. Me alegro por ti.
-Gracias Alain.
-No es nada. Y tú serás el mío.
-Prometido.

.....

Eduard no podía dejar de pensar en todo aquello que dejaba atrás. Este viaje improvisado era el final de lo que él quería lograr. Se lamentaba el no poder haberlo hecho. Entonces, de qué servía el viaje. Se preguntaba si podía dar marcha atrás. Pero el bote iba sin parar. Y se lamentaba el abandonar a Amandine, y a sus seres queridos.
Tal vez se había planteado metas demasiado altas. Al menos iba a ver a su hermano.

.....

Una hora antes.
-Te veo más tarde.
-Sí. Deséame suerte.- le dijo a Amandine.
-Bésame.
Y la besó con pasión, como si fuera la última vez.
-Que me parta un rayo, si esta es la última vez que beso tus labios de chocolate blanco.
-No digas esas cosas.
-Está bien.
-Te amo.
-Yo también te amo.
-Eduard. Ten cuidado, que está lloviendo y es peligroso.

.....

Treinta minutos antes.
El locutor:
Nos informan que acaba de ocurrir un accidente cerca del Edificio Central. Una persona perdió la vida. Se trata de un joven arquitecto, que quitó del camino a una niña que estaba por ser embestida por una camioneta.
Aquí tenemos imágenes del sitio...
Y una triste y hermosa Amandine se deshizo en el llanto.

.....

In heaven...
And my heart beats so that I can hardly speak
And i seem to find the happiness I seek
When we're out together dancing, out together dancing
Out together dancing cheek to cheek

Cheek to cheek, de Louis Armstrong y Ella Fitzgerald. Jazz como ninguno. Pero nada de esto animaba a Eduard. Él era un tipo melancólico, que había encontrado en la bella Amandine su gran alegría. 
"¿A dónde voy?" se dijo a sí mismo.
Miró de nuevo el horizonte, perfecto y coloreado en un azul como su alma misma.
-Amandine. - dijo en voz alta. - Vive y sé feliz.
Y entonces pensó en la niña. Una niña que lloraba, viva en los brazos de su madre. 
"Esa niña va a ser alguien. Lo sé. " Y sonrió, con ojos tristes.
Y la última imagen que tuvo, antes de percatarse que el viaje llegaba a su fin, fue la de su amada, en aquel instante sublime, desnudos, mirándose el uno al otro, con los primeros rayos de luz tocándoles la piel.
Y fue feliz, al final del último viaje.

Y las costas de plata y armonía aparecieron entre aquel azul.
Y el bote que partió llegó a su destino.
Y Eduard a su última morada.

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Estaba de melancólico. Saludos. Y la primera letra es de Johnny B. Goode, de Chuck Berry.

jueves, 2 de octubre de 2008

Dicen por ahí


Dicen por ahí… “Manos frías, corazón ardiente”. Una de mis frases preferidas, por supuesto. Pero en este caso no podía aplicar. Mi corazón estaba muerto. Asesinado apenas unos minutos antes, cuando la mujer que me quitaba el sueño me había dejado en la lluvia, diciéndome que no me amaba, que estaba conmigo por despecho, que el hombre al que ella amaba se había ido en el tren para siempre, prefiriendo su trabajo a ella, y que ella se iba esa misma noche a aquél lugar, a buscarlo, porque no podía vivir una mentira, que lo lamentaba, que era una desdichada, que nunca quiso lastimarme, que si podíamos seguir siendo amigos.

Una mirada mía bastó para que entendiera que la amistad se había muerto en el mismo instante en que supe que todo había sido una triste mentira. No valió la pena ningún momento vivido con ella, no valieron la pena los instantes de felicidad falsa.

Dicen por ahí… “Manos frías, corazón ardiente”. Me estaba congelando en la lluvia, y aún así, me negaba a dejar de caminar o a buscar refugio en algún lugar. Quería morirme de frío ahí, miserable, para dejar atrás el alma, y que ésta se disolviera en la lluvia.

Mientras caminaba por la acera con la vista en mis pies, un paraguas llegó volando hacia mí. Lo cogí al vuelo, y miré hacia adelante para ver si su dueño aparecía. Efectivamente, una joven corría hacia mí. Creo que vio mi cara de muerto en vida, porque se detuvo justo antes de llegar a mí. Temblando, jadeando, y con los ojos asustados, me dirigió la palabra.

 

Mi dama era mayor que yo. Tenía veintidós años en aquel entonces. Ella tenía veintiocho. No sé si había vivido más que yo, ni si había sufrido más. Sólo sé que en ese momento nada importaba. Me había engañado por un pendejo cuyo único mérito en la vida era ser hijo de alguien con poder, y por tanto, poder irse a trabajar a donde le diera la puta gana.

 

La pobre muchacha debió asustarse bastante cuando vio mi cara de perro apaleado, porque apenas logró articular las palabras.

-Señor… es mi paraguas… disculpe…- dijo, con la voz entrecortada, la cual apenas podía escuchar yo con la lluvia.

-Tome… ha volado hasta aquí.- le dije, sin ánimo.

-Gracias… yo…- alcanzó a decir. Y tomó el paraguas. Me miró directamente a los ojos. Y vi en ellos tristeza, y algo de miedo. – Señor, gracias… ¿está usted bien?

-La verdad no… no creo volver a estarlo. Bueno… seguiré mi camino.- estúpido de mí, era de noche y llovía, y quién sabe dónde estaba.

-No. Señor… venga conmigo, tómese un café.

-¿Quién dijo que necesito un café?

-Los corazones rotos no se curan en la lluvia- dijo, con determinación. Pude ver un atisbo del reflejo de sus ojos. Azules, como la mañana.

Los ojos de mi amor perdido eran verdes. Intensos, y felinos. Sus labios eran mortales, y su sonrisa devastaría los corazones de quien se le pusiera enfrente. De eso, ya hace mucho…

-Los corazones rotos no se curan en la lluvia.

-¿Qué te hace pensar que tengo el corazón roto?

-Porque yo también he muerto un poco el día de hoy.

Caminé a su lado. Y ella intentaba evitar que me cayera la lluvia con su paraguas. Era inútil, ella medía uno sesenta. Y yo le llevaba veinte centímetros. Nos metimos a un café de esos que habían abierto cuando se empezó a producir el café, y nos sentamos ahí. No sé qué demonios hacía ahí. Me había arrastrado esa adolescente de cuerpo prohibido y cabellos de oro empapados.

-¿Cuántos años tienes?-le pregunté.

-Dieciocho.- dijo ella, con cierta desconfianza. Curioso, porque ella me había llevado hasta ahí.

-¿Y te rompieron el corazón esta noche?

-Sí… un imbécil que se fue a trabajar lejos. Me dijo que rompía conmigo, y que yo sólo era una distracción. Pero que mi corazón juvenil se curaría pronto… Menuda pendeja… debí saberlo, por su edad…

-Puta Madre.

-¿Cuántos años tienes tú? Disculpa…- me dijo, y pudo ver en mi cara que yo me había dado cuenta de algo.

-No, no es nada.- le contesté, a la vez que pensaba “Esos hijos de puta se merecen el uno al otro”.- Tengo veintidós. Y a mí también me rompieron el corazón.

-¿En serio? Cuéntame… si quieres.-

Al ver sus ojos de confianza no pude hacer más que contarle, mientras tomamos un café, todo para que se diera cuenta de que ambos fuimos utilizados por un par de pendejos que podían irse mucho a la chingada. Pero ya no lo pensé así. Lo digo así. Pero ya no lo pienso así. Lo pienso como la suerte del destino.

-Demonios. Nos pendejearon.- dijo ella, mientras tomaba su café caliente.

Yo reí. Un poco molesto con el mundo, reí. Y ella rió. Y descubrí que podíamos ser buenos amigos.

-¿Cómo te llamas?- le pregunté.

-Adriana. ¿Y tú?

-Mauricio. Me alegra saber que no soy el único engañado esta noche.

Ella sonrió, con tristeza en la mirada.

-Es cierto…- dijo, y miró su reloj. – Es tarde… debo volver… pero aún no me termino mi café.- Y al levantar su taza, vi que lo hacía con cautela. Ella notó que lo noté. – Es que tengo las manos frías.-

Y me iluminé.- Ya sabes lo que dicen por ahí…-

-No, no lo sé.- dijo ella, con ojos curiosos.

-Manos frías, corazón ardiente.- Le dije, mientras ella sonreía. Y la vi completamente. Cómo era y cómo se veía. Y me pareció más bella que ninguna otra mujer sobre la faz de la tierra.

Y en ese momento mi mundo cambió. Me dio su número, yo le di el mío.

Una  buena historia para los nietos…