jueves, 26 de febrero de 2009

Realidades divergentes

 

Labyrinth_by_Shortgreenpigg (1)

… Ignoro quiénes son, pero sé que uno de ellos profetizó, en la hora de su muerte, que alguna vez llegaría mi redentor. Desde entonces no me duele la soledad, porque sé que vive mi redentor y al fin ser levantará sobre el polvo. Si mi oído alcanzara los rumores del mundo, yo percibiría sus pasos. Ojalá me lleve a un lugar con menos galerías y menos puertas. ¿Cómo será mi redentor?, me pregunto. ¿Será un toro o un hombre? ¿Será tal vez un toro con cara de hombre? ¿O será como yo?

Jorge Luis Borges. La casa de Asterión, de El Aleph.

miércoles, 18 de febrero de 2009

I’ve just seen a face

 

barcelona_by_chris_tophe

Y después de tanto tiempo, el deseo más profundo que albergaba en su alma, se hizo realidad. sus labios se tocaron, y permanecieron así durante mucho tiempo. Maldijo al mundo y a las circunstancias. Se sintió desdichado. Pero después sintió paz, sintió cierta alegría. Todo lo que había vivido y hecho en su vida había valido la pena, por ese momento, en que él y ella comulgaban en el dolor. Lo único tal vez, fue que deseó no haber perdido tanto tiempo…

Esa mañana Tomás despertó como cualquier otro día. A sus 28 años, aún era soltero, y no se establecía del todo. Faltaba algo. A esa edad, todos sus amigos ya tenían novia. Y varios ya se habían unido en “eterno matrimonio con sus almas gemelas”. Pero él no tenía novia, no porque no quisiera, sino porque tenía miedo. Miedo de arruinar la amistad donde ésta estaba ahora. Miedo de perderla para siempre por un sentimiento tonto. Recordaba a cada momento la canción de Frank Sinatra: Something Stupid. By saying something stupid like I love you… Y alimentaba su temor. Cuando las canciones de Frank Sinatra no lo desalentaban (cosa extraña, para tratarse de La Voz) lo hacía una relación que tuvo tiempo atrás. Ella (modelo británica en potencia que terminó siendo una exhibicionista y drogadicta con una carrera al borde del filo) resultó ser una cazafortunas, que viendo el éxito del joven cantante, decidió unirse a él en “unión libre”. Claro, la unión libre no le trajo suficientes beneficios. Debió haberse casado con él, cuando le insistía en aquellas noches de pasión vacía. Lo único que hizo fue darle cierta imagen de inestabilidad y desorden. Por supuesto, Tomás no era así. Él sólo estaba solo. Tenía a sus amigos, pero ellos estaban lejos. Ellos no estaban en cada gira que él daba alrededor del mundo. Él no tenía en quien apoyarse, a quien compartirle sus dudas, a quién decirle que quería parar, a quién llorarle, para no encerrarse en el baño de cada hotel a pudrirse en su soledad, hasta el próximo concierto. Él quería a su Black Magic Woman, o en este caso, su dama blanca de cabellos oscuros. Ella, la musa en cuestión, era su asistente. Mientras él lucía cierto aspecto desaliñado y portaba una barba de tres días, y sus lentes amarillos; ella vestía de negro, de blanco y de rojo. Y también de azul, de verde, de morado, de naranja, de cualquier color, ella se veía magnífica en cualquier tono, en cualquier pose, en cualquier momento. Su pálida piel, sus ojos azul cielo, sus labios de niña, su cara de “lolita” robada del reflejo de alguna ninfa mirándose en el lago. Él la amaba, en silencio. Todo porque tenía miedo.

Sonó el teléfono. No contestó: eran las seis de la mañana. Acababa de despertar, y su voz decadente (que a pesar de ello, podía llevarla a aquella magnífica voz nasal que tuvo Lennon en sus mejores tiempos, o la agudeza más animal de Ozzy cuando éste estaba con Sabbath) sonaba peor en ese momento del día. En la habitación de su penthouse, ubicado en uno de los edificios más modernos y exclusivos de Barcelona (proyectada por algún arquitecto famoso, cuyo nombre no se sabía, porque ni para eso tenía tiempo), la luz se adentraba con pudor por las cortinas del gran ventanal, cuya vista abarcaba aquel dildo infame de Jean Nouvel (o así veía él a la Torre Agbar) y por supuesto, las torres imponentes del único edificio ante el cual se había arrodillado en su vida, el Templo Expiatorio de la Sagrada Familia. Se puso de pie y abrió las cortinas. El cielo era azul, azul como nunca lo había visto, o como no recordaba haberlo visto. El azul le hizo pensar en los ojos de Nadia. Nadia, así se llamaba la asistente que tanto le ayudaba, y que tantas neuronas le quemaba, matándolo un poco cada día, matándolo de amor. Ella lo sacaba del baño en sus noches de pena y degradación. Ella le decía que si quería, podía parar, que le exigiera a la disquera un descanso, que no era humano ir de país en país sin siquiera tener tiempo para disfrutar de su Ferrari Enzo, de su Lamborghini Murciélago, de su villa en Los Cabos, de su penthouse de cinco millones de euros en Barcelona (estaba ahí, porque la noche anterior dio el último concierto de la gira, “Tomás Intenso”, sólo para iniciar inmediatamente con las grabaciones del que sería su sexto álbum), y más importante que todo lo anterior, de la paella de su tía Lorenza, en compañía de su numerosa familia.

Se apartó de la ventana, y se dirigió al baño. Después de una larga cita con la madre naturaleza, Tomás se miró al espejo. Ojeras. Como las de un universitario. Ojeras. Como las de un drogadicto, lo que hacía pensar a la gente que se drogaba. Ni el supuesto LSD consumido por los Beatles, ni la mariguana de los jazzistas de tendencia “Bebop” le habían tentado lo suficiente para hacerle ese daño a su cuerpo. Curioso, porque su cuerpo ya estaba algo enfermo. Demasiadas noches malas. Aunque sus fans estaban satisfechos, ya que él solía dejar el alma en el escenario. No fumaba, aunque curiosamente Nadia sí lo hacía. Ya la había visto fumando un par de veces. Tomaba, pero con moderación. Aunque varias veces intentó olvidar sus penas en whisky seco (el elixir de los Dioses, según él). Pero nada grave. Nada que le hiciera tanto daño, como para levantarse esa mañana y verse en el espejo, sólo para darse cuenta de que se veía varios años más viejo de lo que era. Sonó el teléfono otra vez. Una pequeña esperanza, un deseo que le alegraría el día, lo hizo contestar esta vez.

-¿Sí?- contestó Tomás.

-¿Tomás?-

-¿Nadia? Buenos días, Blanca Nieves.-

- Tom, ¿estás bien? Te noto ronco… menos mal que ya terminaron los conciertos...-

-Pero hoy empiezan las grabaciones. Triste. Hace mucho que no voy a la Sagrada Familia.-

Hacía diez años que no iba a la Sagrada Familia. Tomás siempre quiso ser Arquitecto. Pero el destino lo convirtió en un cantante de éxito desde los 16 años, cuando inició con una agrupación juvenil, cuyo mérito artístico era poco, y la comercialidad de su música era mucha. Entonces, Tomás, el día preciso en que se fue del grupo (cuyos miembros siguieron en el juego y buscaron a otro vocalista), fue hasta la Sagrada Familia, visita obligada durante muchos fines de semana antes de sus dieciséis primaveras. Estando ahí, se arrodilló ante la Fachada del Nacimiento, y juró en voz alta, que algún día, cuando todavía no hubiera olvidado tan magnífica obra, se iba a arrodillar ante la Fachada de la Pasión. Y cuando ésta estuviera terminada, ante la Fachada de la Gloria.

-Error. Tienes siete días de descanso. Adivina quién te los consiguió.-

-Nadia… No hay quién como tú.- Apenas murmuró esta frase.

-Lo sé… pero tuve que ir con don Xavier Alós para pedírselo. Le dije que Tomás Guernica necesitaba descansar, o su próximo disco iba a ser póstumo.-

Tomás río levemente. Sonreía. Ella era peculiar.

-¿Y le dijiste que Nadia Barajas era su ángel guardián?-Hubo una pausa. Nadia iba a empezar a hablar, cuando Tomás le interrumpió.- Nadia. Quiero ir en serio a la Sagrada Familia. Quiero que vengas conmigo. ¿Dónde nos vemos?-

-¿Das por sentado el hecho de que voy a ir contigo? ¿No consideraste que pudiera tener una cita o algo así?-

A Tomás se le detuvo el corazón por un espacio de cinco segundos, antes de hablar.

-Perdón, yo…-

-No te preocupes, Tomás, ahí estaré. Nos vemos en el café que está frente al edificio.-

-¿El de la acera de enfrente? ¿Aquí abajo? Perfecto, tú dime la hora.-

-Ocho y media. Ya está listo el café. Nos vemos al rato, Tom.-

-Nos vemos, Nadia.-

Y ambos colgaron.

-Nadia, tú eres mi luz...- le dijo Tomás al auricular que ya no lo comunicaba más con su dama de armiño.

Tomás tomó una taza de café negro, una lata de Red Bull, y se vistió como si el diablo le pisara los talones. Salió de su apartamento, y miró hacia atrás, como si fuera la última vez que lo veía.

El ascensor pareció tardar un siglo entero.

Durante ese siglo, algo nació en el interior de Tomás. Determinación. Algo había pasado en esos instantes que lo había orillado a la aventura más grande de su vida. Ni su triunfo en Viña del Mar, ni las ovaciones de su espectáculo de Rock in Rio lo habían llenado de emoción como lo hacía el hecho de su pronta declaración de amor. ¿Qué palabras diría? ¿Qué cara pondría? Mientras pensaba todo eso, activó su Ipod… rápido se dirigió a su lista de canciones melancólicas. ¿La primera en la lista? Lady Blue. La voz melancólica de Enrique Bunbury no podía faltar en su playlist. El ascensor se abrió al lobby. No hizo caso a nadie. Ni a la reportera que le pedía una cita, ni al guardaespaldas, que apenas había empezado a comerse su Big Mac. Ni siquiera a la recepcionista que le preguntaba en que coche ir. ¿El Rolls Royce o el Maybach, señor Guernica? Nada de eso importaba. Sólo al portero le dirigió una sonrisa que le hizo dudar al pobre hombre acerca de si en verdad era aquél el triste y cansado artista que los noticieros describían como el monstruo que lideraba las listas de ventas.

Caminaba por la calle. Algunos se daban la vuelta, incrédulos. Otros se detenían al verlo, no tenían duda alguna. Mientras él llegaba al cruce peatonal, sonaban las últimas notas de Lady Blue.

… la soledad es un lugar

tan vacío sin ti

Lady, Lady Blue,

sin control, sin dirección

la luz se fue, ¿a dónde voy?

Lady, Lady Blue,

sin control, sin dirección

la luz se fue, ¿a dónde voy?

Tomás vio a lo lejos el cruce peatonal, que daba casi directamente al café. Pudo divisar una silueta a lo lejos, que le llamaba la atención entre todas. Su vista no era tan buena. Debía ser Nadia.

-¿Es Tomás Guernica?

-No, no puede ser… se ve viejo…

-Vamos a pedirle uno…

Todo se fue con el huracán…

Terminó Lady Blue. Y Tomás iba a cruzar. Sin ver el semáforo, o si pasaban los coches. Se precipitó a la calle. La visión de aquella silueta se había transformado en Nadia. Nadia, vestida de rojo, le sonreía. Ahí estaba, del otro lado. Su dama escarlata. Con cabellos de noche. Con ojos de cielo. Y con sonrisa de ángel. Ahí estaba la mujer a la que le iba a decir en ese instante cuánto la amaba. El semáforo estaba en rojo. No había peligro. Empezó la siguiente canción. Un chirrido. Un grito. Tomás vio su reflejo en un Volvo que no se detuvo. Vio su rostro. Su rostro de esperanza. Cambiado por sólo pensar en Nadia. Empezó la canción.

I’ve just seen a face

I can’t forget the time or place

Where we just meet.

She’s just the girl for me…

-Dios mío- dijo el pobre hombre, que acababa de matar al ídolo más grande que tenía España. –Juro que fallaron los frenos…-

Tomás yacía en el asfalto. Un hilillo de sangre corría por su rostro. Nadia estaba junto a él. Él la miró. Triste y hermosa, ahí estaba.

-Tomás, dios mío. Tomás…- decía ella, mientras las lágrimas se juntaban en sus ojos.

La gente miraba la escena, y veía a dos amantes que nunca habían podido amarse, pero en realidad veían una sola cosa: Tomás Guernica estaba muriendo.

-Nadia. Antes de morir… tengo que decirte algo…-

-Lo sé…-

-Déjame decirlo… por favor…-

-Está bien…-

-Te amo.-

-Yo también te amo…-

Ella acercó su rostro.

Y después de tanto tiempo, el deseo más profundo que albergaba en su alma, se hizo realidad. Sus labios se tocaron, y permanecieron así durante mucho tiempo. Maldijo al mundo y a las circunstancias. Se sintió desdichado. Pero después sintió paz, sintió cierta alegría. Todo lo que había vivido y hecho en su vida había valido la pena, por ese momento, en que él y ella comulgaban en el dolor. Lo único tal vez, fue que deseó no haber perdido tanto tiempo…

And she keeps calling

Me back again…

- -

Mucho tiempo después. En otro lugar.

-Abuelo, me gusta Susana. Pero me da miedo decírselo.-

-Ya estás grande. Díselo. No pierdas el tiempo. Créeme lo que te digo. Hace mucho tiempo, casi pierdo esa oportunidad. Pero la vida me dio una oportunidad. Tal vez a ti no te la dé. Ve por ella. Esa Susana Arlat vale la pena.-

-Tienes razón.- Dijo el muchacho, viva imagen suya, pero no tan gastado por la vida.

Corrió a la playa, donde a lo lejos estaba una joven muy guapa, con los pies en la orilla del mar.

-Tomás.- dijo una voz femenina, que no había cambiado del todo con el tiempo. Tal vez con arrugas. Pero aún hermosa y fuerte. Nadia Barajas, su mujer, le hablaba detrás de él.- Le diste ánimos al muchacho.-

-Así debe ser, ¿no es así?- Contestó Tomás Guernica, a sus setenta años de edad. El rock en español lo colocaba en el puesto número uno de todos los tiempos. Y el rock en general, lo colocaba en un buen lugar, como uno de los que superaron la marca de los 500 millones de discos vendidos. Su pierna izquierda ya no funcionaba del todo bien. Pero su vida fue buena. Con altos y bajos, pero con grandes recompensas.- Los viejos debemos enseñarles a los jóvenes de las lecciones que aprendimos…-

-Te amo, Tomás.-

-Yo también te amo, Nadia.-

La mar de Cataluña reflejaba el cielo más azul de la historia. Y también reflejaba en sus aguas calmas, el Templo Expiatorio de la Sagrada Familia, por fin terminado. Y dos ancianos se besaban ahí, en su mundo, donde todavía se sentían como cuando se besaron por primera vez.

domingo, 1 de febrero de 2009

Me gustaba más el cielo de ayer

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Ayer era gris. Pero era un cielo para mí. Hoy es azul, pero lo siento ajeno, de alguien más.

Me gustaba más el aire de ayer. Frío, pero envolvente. Hoy tengo algo de calor. Prefiero el aire con personalidad.

Me gustaba más el sol de ayer. Porque no estaba reluciendo del todo. Sino que el efecto de las nubes tapándolo era hermoso.

Me gustaba más la tarde de ayer. Una tarde reflexiva, gris como el cielo, una tarde distante, una tarde propicia a la intimidad, una tarde para soñar. La de hoy está muerta, es parecida a muchas otras.

Me gustaba más el yo de ayer. El yo de hoy no tiene ganas de nada, está gris como el cielo de ayer.

Ayer pudo ser un día especial, pero aún así, no lo fue.

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