jueves, 2 de octubre de 2008

Dicen por ahí


Dicen por ahí… “Manos frías, corazón ardiente”. Una de mis frases preferidas, por supuesto. Pero en este caso no podía aplicar. Mi corazón estaba muerto. Asesinado apenas unos minutos antes, cuando la mujer que me quitaba el sueño me había dejado en la lluvia, diciéndome que no me amaba, que estaba conmigo por despecho, que el hombre al que ella amaba se había ido en el tren para siempre, prefiriendo su trabajo a ella, y que ella se iba esa misma noche a aquél lugar, a buscarlo, porque no podía vivir una mentira, que lo lamentaba, que era una desdichada, que nunca quiso lastimarme, que si podíamos seguir siendo amigos.

Una mirada mía bastó para que entendiera que la amistad se había muerto en el mismo instante en que supe que todo había sido una triste mentira. No valió la pena ningún momento vivido con ella, no valieron la pena los instantes de felicidad falsa.

Dicen por ahí… “Manos frías, corazón ardiente”. Me estaba congelando en la lluvia, y aún así, me negaba a dejar de caminar o a buscar refugio en algún lugar. Quería morirme de frío ahí, miserable, para dejar atrás el alma, y que ésta se disolviera en la lluvia.

Mientras caminaba por la acera con la vista en mis pies, un paraguas llegó volando hacia mí. Lo cogí al vuelo, y miré hacia adelante para ver si su dueño aparecía. Efectivamente, una joven corría hacia mí. Creo que vio mi cara de muerto en vida, porque se detuvo justo antes de llegar a mí. Temblando, jadeando, y con los ojos asustados, me dirigió la palabra.

 

Mi dama era mayor que yo. Tenía veintidós años en aquel entonces. Ella tenía veintiocho. No sé si había vivido más que yo, ni si había sufrido más. Sólo sé que en ese momento nada importaba. Me había engañado por un pendejo cuyo único mérito en la vida era ser hijo de alguien con poder, y por tanto, poder irse a trabajar a donde le diera la puta gana.

 

La pobre muchacha debió asustarse bastante cuando vio mi cara de perro apaleado, porque apenas logró articular las palabras.

-Señor… es mi paraguas… disculpe…- dijo, con la voz entrecortada, la cual apenas podía escuchar yo con la lluvia.

-Tome… ha volado hasta aquí.- le dije, sin ánimo.

-Gracias… yo…- alcanzó a decir. Y tomó el paraguas. Me miró directamente a los ojos. Y vi en ellos tristeza, y algo de miedo. – Señor, gracias… ¿está usted bien?

-La verdad no… no creo volver a estarlo. Bueno… seguiré mi camino.- estúpido de mí, era de noche y llovía, y quién sabe dónde estaba.

-No. Señor… venga conmigo, tómese un café.

-¿Quién dijo que necesito un café?

-Los corazones rotos no se curan en la lluvia- dijo, con determinación. Pude ver un atisbo del reflejo de sus ojos. Azules, como la mañana.

Los ojos de mi amor perdido eran verdes. Intensos, y felinos. Sus labios eran mortales, y su sonrisa devastaría los corazones de quien se le pusiera enfrente. De eso, ya hace mucho…

-Los corazones rotos no se curan en la lluvia.

-¿Qué te hace pensar que tengo el corazón roto?

-Porque yo también he muerto un poco el día de hoy.

Caminé a su lado. Y ella intentaba evitar que me cayera la lluvia con su paraguas. Era inútil, ella medía uno sesenta. Y yo le llevaba veinte centímetros. Nos metimos a un café de esos que habían abierto cuando se empezó a producir el café, y nos sentamos ahí. No sé qué demonios hacía ahí. Me había arrastrado esa adolescente de cuerpo prohibido y cabellos de oro empapados.

-¿Cuántos años tienes?-le pregunté.

-Dieciocho.- dijo ella, con cierta desconfianza. Curioso, porque ella me había llevado hasta ahí.

-¿Y te rompieron el corazón esta noche?

-Sí… un imbécil que se fue a trabajar lejos. Me dijo que rompía conmigo, y que yo sólo era una distracción. Pero que mi corazón juvenil se curaría pronto… Menuda pendeja… debí saberlo, por su edad…

-Puta Madre.

-¿Cuántos años tienes tú? Disculpa…- me dijo, y pudo ver en mi cara que yo me había dado cuenta de algo.

-No, no es nada.- le contesté, a la vez que pensaba “Esos hijos de puta se merecen el uno al otro”.- Tengo veintidós. Y a mí también me rompieron el corazón.

-¿En serio? Cuéntame… si quieres.-

Al ver sus ojos de confianza no pude hacer más que contarle, mientras tomamos un café, todo para que se diera cuenta de que ambos fuimos utilizados por un par de pendejos que podían irse mucho a la chingada. Pero ya no lo pensé así. Lo digo así. Pero ya no lo pienso así. Lo pienso como la suerte del destino.

-Demonios. Nos pendejearon.- dijo ella, mientras tomaba su café caliente.

Yo reí. Un poco molesto con el mundo, reí. Y ella rió. Y descubrí que podíamos ser buenos amigos.

-¿Cómo te llamas?- le pregunté.

-Adriana. ¿Y tú?

-Mauricio. Me alegra saber que no soy el único engañado esta noche.

Ella sonrió, con tristeza en la mirada.

-Es cierto…- dijo, y miró su reloj. – Es tarde… debo volver… pero aún no me termino mi café.- Y al levantar su taza, vi que lo hacía con cautela. Ella notó que lo noté. – Es que tengo las manos frías.-

Y me iluminé.- Ya sabes lo que dicen por ahí…-

-No, no lo sé.- dijo ella, con ojos curiosos.

-Manos frías, corazón ardiente.- Le dije, mientras ella sonreía. Y la vi completamente. Cómo era y cómo se veía. Y me pareció más bella que ninguna otra mujer sobre la faz de la tierra.

Y en ese momento mi mundo cambió. Me dio su número, yo le di el mío.

Una  buena historia para los nietos…

9 comentarios:

Anónimo dijo...

Hay que decir que me gustó bastante jeje, me hizo sonreir al final XD

Y Adriana me cayó bien.

Hacía mucho que no leía uno de tus cuentos-relatos-historias ^^

Tu blog me gusta

Nos vemoooos-hoy en Mijangueitor

- Pablo C. dijo...

Buen relato; breve y conciso. me gusta cómo de repente sale una frase con tono vulgar. Seguramente Adriana también era una hija de la chingada.

x)

Juan Pablo Galicia dijo...

Has puesto voces nuestras en ese relato tuyo xD
Me encanta tu blog, sigue con ese buen trabajo.
Saludos

mikelo22 dijo...

se que no me conoces pero me tope con tu blog y me parecio bueno, esta historia tenia unas palabras vulgares que resonaban en mi oido pero en general me parece bueno...sigue asi

Anónimo dijo...

Nada más felicitarte por este facinante texto¡Te comparo con los grandes! pocas palabras para formar un romance sin igual. Me encanto. Felicitarte por esto y por tu blog. Sigue asi

Anónimo dijo...

Nada más felicitarte por este facinante texto¡Te comparo con los grandes! pocas palabras para formar un romance sin igual. Me encanto. Felicitarte por esto y por tu blog. Sigue asi

Anónimo dijo...

La verdad es que todavía no me siento digno de comentar en tu blog, pero siempre es un placer leer tus entradas y tu blog es de los mejores que he visto, sigue adelante Ponx, te esperan cosas grandes!!!

Anónimo dijo...

oooh me gusto muchooo jajaja como qe me venia vernr el finaaal pero estuvo muy bieeen :D ay ke lindoo jajajaja
kiero mas historias asii igual como la del chiko del cementerio jajaja son buenizimas =)
nos vemos pnx

Liliana Muñoz dijo...

Eyy ponch, yo te criticaré jajaja. Me agradó jajaja además tomaste la frase de manos frías, corazón ardiente jajaja. Siento que no defines mucho el tono que quieres darle al texto ni el carácter de tus personajes; me parece que al principio planteas una situación bastante verosímil, con un toque que parece indicar que el texto se apegará a la realidad pero luego se aleja totalmente y entra la inverosimilitud de una mujer que se acerca luego al tipo por un paraguas, el encuentro casual, dos personas a las que le han partido el corazón, etc. La construcción interna de tus personajes no la siento tampoco muy definida pero pos quízá fue tu intención...eso no lo sepo jajaja todavía no soy emmanuel carballo para criticarte jajaja pero a pesar de eso que te dije me gustó, como para relajar el cerebro un rato.
mi querer tú, ponch
ya te dejé tu crítica
li