Somos gotas de agua. Y la vida inmediata un océano inmenso, lleno de luz y sustancia. Con tiempos calmos, con mareas peligrosas. Algunos nos evaporamos en nuestro viaje, para luego volver, porque cambiamos, nos transformamos. La materia no se destruye, sólo se transforma. En cambio otros permanecemos para siempre, aunque no quede rastro de oxígeno en nosotros. Porque la vida no se trata del elemento físico, sino también del plano metafísico. Somos insignificantes unos de otros. Pero nada sería tan sorprendente, que desafiando la naturaleza, una gota de agua, una partícula diminuta, al igual que la mota de polvo, se rebelara ante el conjunto. Quisiera ser diferente, no ser agua, sino fuego, aire, tierra. Quisiera ser todo a la vez. Quisiera romper con la monotonía. Sería algo milagroso, sería algo que dejaría rastro, que marcaría el rumbo del mundo. Pero también sería ceguera el no reconocer, que incluso en esa monotonía, en ese orden aparente, hay cosas bellas. Sería una gota de agua ciega, que no podría darse cuenta de su entorno inmediato al ir tan lejos. Por eso el hombre debe dar sus pasos poco a poco, y buscar el equilibrio en vez de los extremos. Eso aplicaría en política, o en el eterno debate de la ciencia y la religión: aplicaría en todo lo humanamente conocido. Porque la vida no es solo alegría o tristeza, es una mezcla sublime de ambas que no se reduce a la percepción individual.
En Twelve Monkeys: El dolor de entonces es parte de la felicidad de ahora.
¿Será que el equilibrio simplemente se alcanza solo, y nuestros actos, ya sean benéficos o corrosivos, son, al fin y al cabo, paliados por la naturaleza?
Me gusta pensar que sí, porque el hombre ha olvidado lo que es el equilibrio.
----Foto: "ocean" de emrecan22, tomada de DeviantArt